Praxis Digital


Lanzar arena al mar
octubre 14, 2016, 12:09 am
Filed under: Actualidad

Hace algunos días que he reconsiderado el gesto de publicar textos en un blog.  Desde que descubrí este tipo de página web, me pareció una oportunidad preciosa para poder tener alguna representación o modo de intervención pública, para poder difundir o divulgar los puntos de vista que me parecían novedosos, relevantes o reveladores, o simplemente para hacer circular (más) información (aún) que me urgía dar a conocer. Me parece que todas esas operaciones o estrategias funcionan con los blogs. De un modo aún incomprensible, pero efectivo a su manera. Quién sabe con qué concepto de «efectividad».

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La desilusión con los blogs advino después de varios episodios relacionados con la calidad de los textos allí publicados. Con más de algún joven interlocutor que me sugería documentos que consideraba dignos de ser leídos y divulgados, me paso que al momento de preguntarle de dónde había obtenido el texto, me contaba que, tras googlear las keywords que le atormentaban, era dirigido a algún blog donde encontraba la información que codiciaba. No era prejuicio lo mío. La pregunta era inevitable tras leer unas pocas líneas, donde no se cumplía ninguna norma de citación, donde había pasajes evidentemente plagiados y, lo peor, una redacción que podía parecer muy hermética o inaprensible, pero que no era más que falta de respeto por la gramática.

Más de alguno de estos interlocutores que buscaban conocimiento a través de la red (quién no lo hace), se molestaba tras la pregunta de rigor, diciéndome «¿y qué tiene?». ¿Y qué tiene? Mi respuesta – que ahora pienso, pecaba de una lealtad inconfesada hacia las instituciones de la modernidad – apelaba a la autoridad del trabajo de autores y editores reconocidos por sus cualidades y seriedad, a la expertise de los especialistas (académicos o de oficio) y a las dudas que implica  la ligereza de publicar en un blog. Luego de tales advertencias, me veía apologizando, no sin cierto sentimiento de culpa, la conveniencia de buscar información en google academics o en colecciones de artículos indexados tipo scielo o web of science. Menos culpa me provocaba sugerir la visita a bibliotecas y archivos.

Estos episodios me impulsaron a desconfiar de los blogs, a dejarlos de lado y convertirlos en modelo de desorden editorial. Si está publicado en un blog, hay que desconfiar. Y, sin embargo, la contraparte de esta actitud, la adhesión a las agencias de estandarización y calidad editorial en la época de la web 2.0, no dejaban de incomodarme, de hacerme vacilar entre ponerme al amparo de la tradición y la compulsión por estar inmunizado de la amenaza de confusión mental que encierran espacios como los blogs. En último caso ¿por qué tanto temor o indignación ante la circulación de documentos menos estructurados, tal vez mentirosos, poco serios o falsos? ¿Qué nos sugiere el uso de estos calificativos? ¿Acaso no habrá sucedido algo similar en el pasado? ¿Debemos relativizar los criterios entonces?

No faltarían razones para tener criterios mínimos y firmes para discriminar la calidad de un documento. Que un texto afirme mentiras probadas o incurra en falacias de un modo tal que no merezca consideraciones dialógicas, modales o alternativas, puede señalar la dirección que permita determinar la admisibilidad de un documento. Pero ¿es necesario contar con agencias de estandarización y control de calidad para enfrentar a circulación de documentos «inadmisibles»? No, desde luego que no. Es una tarea para cada lector, para cada curioso, para cada maestro, para cada discípulo. Es una tarea para los individuos.

 


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